Breve relato de las apariciones


Para hablar del origen de la advocación mariana conocida como la Medalla Milagrosa, es de vital importancia conocer algunos datos sencillos de quien tuvo el privilegio de ser la vidente, Catalina Labouré. Nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, en la Borgoña francesa. A los nueve años perdió a su madre, una señora de la pequeña nobleza de Fain-les-Moutiers. Catalina ahogada en lágrimas, se abrazó a una imagen de la Virgen y le dijo, como lo hizo Teresa de Jesús en igual situación: "Ahora, Tú, serás mi madre". María correspondió a tanto afecto, y se convirtió, de modo especial, en madre de Catalina.
Como fruto de esa entrega filial de Catalina hacia la María, a los 23 años y después de una larga lucha con su padre que no aceptaba su vocación, entró como postulante, en la casa de las Hijas de la Caridad (Hermanas Vicentinas) de Châtillon-sur-Seine. Poco después entró en el noviciado de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac, en París.


Primera Aparición

La despierta un ángel

Todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina y cerca de las 11:30 de la noche oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama y vio a un niño vestido de blanco, el cual le dijo: "Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera". Sor Catalina vacila; teme ser vista por las otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: "No temas; son las 11:30; todas duermen profundamente. Ven yo te espero". Se viste con presteza y se pone a disposición de su misterioso guía, "que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho".

Conducida por el niño

Una vez vestida Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue. Por donde pasaban se encendían las luces. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo quedaba iluminado. La puerta de la capilla está cerrada; pero el niño toca la puerta con sus dedos y esta se abrió. Relata Catalina: "Mi sorpresa fue mayor cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas, lo que me recordaba la Misa de media noche". El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón del Padre Director, desde donde predicaba y allí se arrodilló. El niño permaneció de pie. La espera le pareció muy larga, ya que estaba ansiosa por ver a la Virgen.


Mira a la Virgen

Miraba con inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas la veían. Por fin el niño le dijo: "Mira a la Virgen, mírala aquí". Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio. Catalina en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: "Mira a la Virgen". Le era imposible describir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasó en su interior, y le parecía que no veía a la Virgen. El niño le habló, no como niño, sino como el hombre más enérgico y palabras muy fuertes: -"¿Es que no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una criatura mortal en la forma que más le agrade?" "Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodillé con las manos apoyadas en las rodillas de la Virgen. "Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí". Ella me dijo cómo debía portarme con mi director, comportarme en las penas y acudir al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosas que yo había visto, y ella me lo explicó todo. Su confesor, el sacerdote vicentino Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara. Me alcé de las gradas del altar y observé al niño donde lo había dejado. Me dijo: "Se ha ido." Volví al lecho a las 2 de la mañana, oí dar la hora, pero ya no me dormí."


Segunda Aparición


Esta es la aparición en que la Santísima Virgen comunica a su vidente el mensaje que quiere transmitir. Esta aparición tiene tres momentos distintos:

• Primer momento (La Virgen del globo): La Santísima Virgen estaba en pie, sobre la mitad de un globo aplastando con sus pies a una serpiente. Tenía un vestido cerrado de seda aurora, mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados. En sus manos, a la altura del pecho, sostenía un globo con una pequeña cruz en su parte superior. La Santísima Virgen ofrecía ese globo al Señor, con tono suplicante. Sus dedos tenían anillos con piedras, algunas de las cuales despedían luz y otras no. La Santísima Virgen bajó la mirada y Catalina oyó: "Este globo que ves, representa al mundo y a cada uno en particular. Los rayos de luz son el símbolo de las gracias que obtengo para quienes me las piden. Las piedras que no arrojan rayos, son las gracias que dejan de pedirme": El globo desapareció.


• Segundo momento (Anverso de la medalla): Cuando el globo desapareció, las manos de la Santísima Virgen se extendieron resplandecientes de luz hacia la tierra, los haces de luz, no dejaban ver sus pies. Se formó un óvalo alrededor de la Santísima Virgen y en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando sobre la cabeza de la Santísima Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda, se leía:

«Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti».
Catalina oyó una voz que le dijo: "Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas que la lleven en el cuello recibirán grandes gracias: las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza".

• Tercer momento (Reverso de la Medalla): El óvalo se dio vuelta mostrando la letra M, coronada con una cruz apoyada sobre una barra y debajo de la letra M, los sagrados corazones de Jesús y de María, que Catalina distinguió porque uno estaba coronado de espinas y el otro traspasado por una espada. Alrededor del monograma había doce estrellas.


Tercera Aparición

En el curso del mes de diciembre del mismo año, Catalina fue favorecida con una nueva aparición, similar a la del 27 de noviembre. También durante la oración de la tarde. Catalina recibió nuevamente la orden dada por la Santísima Virgen, de hacer acuñar una medalla, según el modelo que se le había mostrado el 27 de noviembre, y que se le mostró nuevamente en esta aparición. Quiso la Santísima Virgen que su vidente tuviera muy claros los simbolismos de su aparición, por eso insistió de una manera especial que el globo que ella tiene en sus manos, representa al mundo entero y cada persona en particular; en que los rayos de luz que arrojan las piedras de sus anillos, son las gracias que Ella consigue para las personas que se las piden, que las piedras que no arrojan rayos, son las gracias que dejan de pedirle; que el altar es el lugar a donde deben recurrir grandes y chicos, con confianza y sencillez, a desahogar sus penas.


Después de vencer todos los obstáculos y contradicciones que le había anunciado la Santísima Virgen, en el año 1832, las autoridades eclesiásticas de París aprobaron la acuñación de la medalla. Una vez acuñada, se difundió rápidamente. Fueron tantos y tan abundantes los milagros obtenidos a través de ella, que se la llamó, la medalla que cura, la medalla que salva, la medalla que obra milagros, y finalmente la “medalla milagrosa”.

A raíz de los hechos extraordinarios, el Arzobispo de París, Monseñor De Quelen, mandó hacer una investigación oficial sobre el origen y los hechos de la medalla de la Calle del Bac. He aquí la conclusión:

"La rapidez extraordinaria con la cual esta medalla se ha propagado, el número prodigioso de medallas que han sido acuñadas y distribuidas, los hechos maravillosos y las gracias singulares que los fieles han obtenido con su confianza parecen verdaderamente los signos por los cuales el cielo ha querido confirmar la realidad de las apariciones, veracidad del relato de la vidente y la difusión de la medalla".

Después de las primeras medallas acuñadas la demanda fue tan exitosa que en los primeros cuatro años, el señor Vachette, primer grabador de la medalla, tuvo que acuñar 2.047.238 medallas, a un ritmo de casi 45.000 por mes, logrando su distribución en Francia y luego en el resto del mundo.

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